Me acuerdo
“Me acuerdo” fue escrito entre enero y octubre del 2021 a partir de la creación de la obra “Nación” estrenada en octubre de ese mismo año.
Una parte de este texto fue usado en la obra.
Este texto como la obra están registrados en INDAUTOR. No es posible su reproducción parcial o total de esta obra sin una carta permiso de la autora.
Me acuerdo cuando no tenía centro.
Me acuerdo cuando estaba completamente desnuda.
Me acuerdo de las raíces jalándose entre sí, haciendo nudos.
Me acuerdo del agua de lluvia caer y mojarme, resbalarse lentamente entre los bordes hasta hundirse en mis entrañas y extenderse a lo largo de ese mundo rocoso que sigue ahí.
Me acuerdo de los deslaves, del constante choque entre las piedras, de los temblores, las chispas y gases explotando por todos lados.
Me acuerdo transformarme siempre en otra cosa.
Me acuerdo del primer hombre.
Me acuerdo de los golpes, las hendiduras, las fisuras y los hoyos hacerse por sus pisadas.
Me acuerdo del cadáver de una mujer pudriéndose durante 21 años y hacer nacer un bosque.
Me acuerdo del llanto desconsolado de una niña huérfana hacer nacer un río.
Me acuerdo de las flores.
Me acuerdo ser contención, guarida y cobijo.
Me acuerdo de sostener y resistir.
Me acuerdo de una danza bailada en mi nombre.
Me acuerdo saber de memoria el mito de la creación de la tierra.
Me acuerdo saber cómo surgió aquel monte, cómo llego aquella piedra al acantilado y cuándo se resquebrajo una parte del pico de esa montaña.
Me acuerdo ver el paso del tiempo en la tierra.
Me acuerdo ver cuando la siembra se convirtió en cosecha.
Me acuerdo cuando ese montículo se convirtió en camino y las personas lo fueron recorriendo.
Me acuerdo cómo el paisaje se convirtió en acantilado y el mundo se fue cayendo por ahí.
Me acuerdo siempre, siempre, siempre, siempre, de los ancianos y sus historias de tierra.
Me acuerdo cuando no teníamos nada más que el nomadismo y las barrancas.
Me acuerdo cuando solo éramos gente.
Me acuerdo cuando nos llamaron un puñado de personas.
Me acuerdo cuando la tierra se fue convirtiendo de a poco en paisaje.
Me acuerdo de cuando el paisaje se convirtió en poblado
Me acuerdo cuando las rutas se abrieron paso entre los árboles.
Me acuerdo cuando la tierra dejó de ser tierra para convertirse en cosa que ensucia, cosa incivilizada y cosa salvaje.
Me acuerdo, sobre todo, de la rendición.
Me acuerdo, sobre todo, la resignación de la masacre a nuestra familia frente a nuestros ojos.
Me acuerdo de la violación en grupo.
Me acuerdo de la paga por entregar cadáveres o cabelleras de indios.
Me acuerdo de los cientos de mocosos sin apellido que poblaron los pueblos y fueron nuestros abuelos.
Me acuerdo ser archipiélago
Me acuerdo ser costa
Me acuerdo ser acantilado
Me acuerdo ser golfo
Me acuerdo ser delta
Me acuerdo ser cueva
Me acuerdo ser colina baja
Me acuerdo ser meseta, cañón y volcán.
Ne acuerdo ser montaña.
Me acuerdo ser península.
Ne acuerdos ser isla.
Me acuerdo, sobre todo, ser archipiélago
Me acuerdo, sobre todo, ser selva
Me acuerdo ser llanura, pradera y valle.
Me acuerdo ser cerro.
Me acuerdo ser bosque.
Me acuerdo, sobre todo, ser manglar.
Me acuerdo, sobre todo, ser bahía.
Me acuerdo pisar el suelo muy lentamente y saber que esta tierra ya pertenecía a otro mundo.
Me acuerdo de la frase “revolución mexicana” escrita en el pizarrón de mi salón en cuarto año de primaria.
Me acuerdo haber recortado cuidadosamente las caras de Carranza, Zapata y Madero en la monografía de la Constitución de 1917.
Me acuerdo del miedo que me daba ver la cara tan oscura de Emiliano Zapata.
Me acuerdo que hace tres años supe que su segundo apellido era Salazar.
Me acuerdo de una pregunta que duro escrita varios meses en una pizarra en mi casa: “¿Es posible hablar de resistencia?”
Me acuerdo de haber soñado una conversación muy importante y al despertar intenté escribirla, pero sólo pude recordar la frase “sobrellevar la oscuridad”.
Me acuerdo que el mismo año que sucedió la toma de Zacatecas, nació mi abuelo en un rancho de ese mismo Estado.
Me acuerdo que durante la preparatoria deseaba haber nacido también en ese mismo año, pero en el pueblo de Parral, Chihuahua.
Me acuerdo el miedo que le tenía a mi abuelo.
Me acuerdo la fuerza que tenían sus manos.
Me acuerdo de sus pantalones favoritos.
Me acuerdo de sus zapatos de anciano.
Me acuerdo de sus lentes opacos.
Me acuerdo de sus arrugas interminables escondiendo sus ojos.
Me acuerdo querer ser campo.
Me acuerdo querer ser una canción de campo.
Me acuerdo querer ser la voz de un hombre de campo que le grita a lo lejos a su hija que ya va a llover.
Me acuerdo desear ser un montón de tierra.
Me acuerdo desear ver la vida desde donde la tierra lo mira todo.
Me acuerdo desear ser enterrada viva.
Me acuerdo querer ser un campo excavado.
Me acuerdo desear ser una gran porción de territorio.
Me acuerdo querer ser un rancho en medio de la sierra.
Me acuerdo desear ser un pueblo abandona por la civilización.
Me acuerdo querer ser un pueblo rascuache.
Me acuerdo desear ser un camino.
Me acuerdo desear ser tierra sin dueño.
Me acuerdo que en la preparatoria asistí a un casting para representar a Zapata en la obra “La Revolución Mexicana”.
Me acuerdo las risas que produjo entre los maestros al sugerir que podía vestirme de hombre para interpretar ese papel.
Me acuerdo que hace meses en una conversación de sobremesa con mi mamá me enteré que mi abuelo había sido hombre de campo, y posiblemente era de una familia indígena que huyó a la sierra.
Me acuerdo sentir que estaba frente a una confesión muy importante, guardada durante más de 40 años por mi madre.
Me acuerdo de una fotografía en blanco y negro que encontré hace unos años en un álbum donde una familia indígena está sentada en la tierra de un campo árido mirando a la cámara.
Me acuerdo sentir que esa mirada me miraba fijamente.
Me acuerdo de cuando pensé en titular esta obra “Las manos de mi madre son un campo olvidado”
Me acuerdo de la obra de danza que hizo Guillermo Arriaga en 1953 titulada “Zapata” en la que él representó en su condición de blanco y artista a la figura del guerrillero Emiliano Zapata.
Me acuerdo que pensé en hacer el mismo ejercicio de representación y hacer una obra que llamaría “Ramona” en la que yo desde mi condición de mujer de ciudad y artista interpretaría a la Comandanta Ramona, líder indígena y comandante del Ejercito Zapatista.
Me acuerdo de la escena que escribí para una obra llamada “nación”, pero que al final no ocurre, en la que los tres bailarines se pintan la cara con maquillaje profesional de color oscuro mientras se escucha “La Internacional”.
Me acuerdo del grito de la comandanta Ramona en el zócalo del pueblo “Somos indígenas y somos mexicanas” para terminar su discurso con: “Les da miedo nuestra rebeldía”.
Me acuerdo a la comandanta Esther decir “Piensan que no valemos, que no sabemos pensar, ni cómo vivir nuestra vida. Piensan que no somos seres humanos”
Me acuerdo sentir rabia por ser una cruza.
Me acuerdo de cómo algunos compañeros del Colegio con rasgos indígenas o morochos, se blanquearon siendo adultos.
Me acuerdo del pueblo donde mi mamá creció y lo salvaje que me ha parecido su infancia frente a la mía.
Me acuerdo de la mirada de desprecio de mi padre a un hombre con rasgos indígenas.
Me acuerdo de mis aires de superioridad al enterarme de niña lo que implicaba ser una “güerita”.
Me acuerdo usar esto para ponerme por encima de cualquier niño menos blanquito que yo.
Me acuerdo estar siempre en los grupos de blancos que sólo se miran entre ellos.
Me acuerdo de la mirada de desprecio que he hecho durante casi toda mi vida a los indígenas.
Me acuerdo de mi terror en la adolescencia de acercarme a ellos por temor a ser contagiada por algo incurable.
Me acuerdo que la primera vez que vi a personas indígenas en un pueblo al sur de México, no los podía dejar de ver; estaba completamente embobada.
Me acuerdo de lo incomodo que era esa mirada para todos, menos para mí.
Me acuerdo que a los 35 años seduje descaradamente a un hombre indígena con la intención de ser penetrada por él, para quedar embarazada y tener un hijo de sangre indígena.
Me acuerdo viajar a la escuela rural San Roque buscando archivos de la revolución mexicana y encontrarme con varios documentos sobre la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México. Me acuerdo quedarme a dormir dos días más para encontrarme con varios exestudiantes de la escuela rural. Me acuerdo que uno de ellos antes de irme me paró en una esquina y sin decirme nada me entregó una carpeta con fotocopias del libro “Una historia oral de la infamia”.
Me acuerdo de Lucio Cabañas de Ayotzinapa
Me acuerdo de los tres estudiantes de Ayotzinapa
Me acuerdo de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento.
Me acuerdo de la frase “quien ve una injusticia y no la combate, la comete.”
Me acuerdo de la frase “Somos estudiantes, no tenemos armas”
Me acuerdo de otra frase “Somos indígenas y somos mexicanas”
Me acuerdo también de otra: “Les da miedo nuestra rebeldía”.
Me acuerdo de la frase: “Ya no queremos regresar a los cuerpos de antes. Queremos ser nuestros cuerpos.”
Me acuerdo sobre todo “El hombre es de la Tierra, la mujer es de la Tierra. Convive con ello”
Me acuerdo, sobre todo: “La sexualidad es como las lenguas, todos podemos aprender una”
Me acuerdo, sobre todo: “Yo soy la nación”
Me acuerdo no querer ser convertida en una Adelita.
Me acuerdo no querer ser convertido en un Héroe o en una lucha.
Me acuerdo no querer ser convertido en sumisión.
Me acuerdo no querer ser convertida en miseria y en rezagado.
Me acuerdo no querer ser convertida en blanca o en morena.
Me acuerdo no querer ser convertida en una representación oficial.
Me acuerdo no querer ser un discurso oficial y en una Constitución.
Me acuerdo no querer ser un gobierno por encima de una gobernanza.
Me acuerdo no querer ser modernidad y blanquearlo todo.
Me acuerdo no querer ser convertida en persona de ciudad.
Me acuerdo no querer ser convertido en persona de campo.
Me acuerdo no querer que nadie hable por mí o decida representarme.
Me acuerdo del límite entre la piel y la tierra.
Me acuerdo de la superficie.
Me acuerdo del vínculo.
Me acuerdo de las lenguas.
Me acuerdo de los modismos al hablar.
Me acuerdo de la cruzada por la alfabetización nacional, el tatarabuelo de la colonización.
Me acuerdo pensar una noche en las repercusiones psíquicas del sometimiento.
Me acuerdo preguntarme en terapia porque exotizaba y rechazaba tanto a los indígenas.
Me acuerdo de trabajar muchos años en terapia el no sentir culpa por no sentir un vínculo de hija con mi madre biológica.
Me acuerdo de la frase “Nosotras las madres no podemos festejar nada” en una camiseta color verde que una señora traía en la calle un 10 de mayo.
Me acuerdo de la vergüenza que siempre me ha dado mi madre por ser una mujer nacida en el campo.
Me acuerdo de verla por encima, con los ojos de una niña obligada a ser educada, culta y de ciudad. Una niña güerita. Una niña con privilegios.
Me acuerdo sentirme cosa blanca.
Cosa privilegiada.
Cosa con más derecho.
Cosa con libre acceso.
Cosa que no paraban en los aeropuertos.
Cosa por encima de las cosas morenas.
Cosa por encima de las cosas indígenas.
Cosa fuera del campo.
Me acuerdo de la elegancia, el refinamiento y la grandeza de la civilización construida.
Me acuerdo ver cómo un grupo de turistas fueron tragados por el bosque.
Me acuerdo cuando era yegua.
Me acuerdo soñar con ser montada por un indio y escapar a todo galope.
Me acuerdo soñar ser violada por Zapata mientras me repetía una y otra vez “es bueno para ti tener un hijo de un campesino”
Me acuerdo cuando era rifle después de una descarga.
Me acuerdo ser terrible ferocidad.
Me acuerdo cuando era enaguas llenas de semen.
Me acuerdo cuando era poblado jodido.
Me acuerdo cuando era mierda tragada por perros.
Me acuerdo soñar ser las fauces de lo salvaje.
Me acuerdo en la secundaria a un maestro decir “esa mujer es una salvaje”
Me acuerdo en la preparatoria no afeitarme las piernas ni las axilas y sentirme una salvaje.
Me acuerdo cuando ser una salvaje representaba ir más allá de la moralidad, de los límites y normas que todos sabíamos no se podían romper.
Me acuerdo cuando ser una salvaje era sinónimo de ser aventada, ser atrevida, ser audaz, ser invasiva.
Me acuerdo, sobre todo, ser una salvaje era sinónimo de no tener educación, no tener modales, no ser buena persona, no hacer lo correcto, no quedar bien.
Me acuerdo de la frase que escribí en un cuaderno de notas cuando era estudiante “Ya no queremos regresar a los cuerpos de antes. Queremos ser nuestros cuerpos.”
Me acuerdo de saber qué significaba la palabra nación a los 10 años.
Me acuerdo la caminata de 37 días donde indígenas mujeres y hombres caminaron desde las montañas de Chiapas al zócalo de la ciudad de México y, posteriormente, al Congreso de la Unión.
Me acuerdo comparar esos seis mil kilómetros caminados con los kilómetros caminados en mis 41 años de vida.
Me acuerdo una y otra vez de la frase “Yo soy la nación”.
Me acuerdo
“Me acuerdo” fue escrito entre enero y octubre del 2021 a partir de la creación de la obra “Nación” estrenada en octubre de ese mismo año.
Una parte de este texto fue usado en la obra.
Este texto como la obra están registrados en INDAUTOR. No es posible su reproducción parcial o total de esta obra sin una carta permiso de la autora.
Me acuerdo cuando no tenía centro.
Me acuerdo cuando estaba completamente desnuda.
Me acuerdo de las raíces jalándose entre sí, haciendo nudos.
Me acuerdo del agua de lluvia caer y mojarme, resbalarse lentamente entre los bordes hasta hundirse en mis entrañas y extenderse a lo largo de ese mundo rocoso que sigue ahí.
Me acuerdo de los deslaves, del constante choque entre las piedras, de los temblores, las chispas y gases explotando por todos lados.
Me acuerdo transformarme siempre en otra cosa.
Me acuerdo del primer hombre.
Me acuerdo de los golpes, las hendiduras, las fisuras y los hoyos hacerse por sus pisadas.
Me acuerdo del cadáver de una mujer pudriéndose durante 21 años y hacer nacer un bosque.
Me acuerdo del llanto desconsolado de una niña huérfana hacer nacer un río.
Me acuerdo de las flores.
Me acuerdo ser contención, guarida y cobijo.
Me acuerdo de sostener y resistir.
Me acuerdo de una danza bailada en mi nombre.
Me acuerdo saber de memoria el mito de la creación de la tierra.
Me acuerdo saber cómo surgió aquel monte, cómo llego aquella piedra al acantilado y cuándo se resquebrajo una parte del pico de esa montaña.
Me acuerdo ver el paso del tiempo en la tierra.
Me acuerdo ver cuando la siembra se convirtió en cosecha.
Me acuerdo cuando ese montículo se convirtió en camino y las personas lo fueron recorriendo.
Me acuerdo cómo el paisaje se convirtió en acantilado y el mundo se fue cayendo por ahí.
Me acuerdo siempre, siempre, siempre, siempre, de los ancianos y sus historias de tierra.
Me acuerdo cuando no teníamos nada más que el nomadismo y las barrancas.
Me acuerdo cuando solo éramos gente.
Me acuerdo cuando nos llamaron un puñado de personas.
Me acuerdo cuando la tierra se fue convirtiendo de a poco en paisaje.
Me acuerdo de cuando el paisaje se convirtió en poblado
Me acuerdo cuando las rutas se abrieron paso entre los árboles.
Me acuerdo cuando la tierra dejó de ser tierra para convertirse en cosa que ensucia, cosa incivilizada y cosa salvaje.
Me acuerdo, sobre todo, de la rendición.
Me acuerdo, sobre todo, la resignación de la masacre a nuestra familia frente a nuestros ojos.
Me acuerdo de la violación en grupo.
Me acuerdo de la paga por entregar cadáveres o cabelleras de indios.
Me acuerdo de los cientos de mocosos sin apellido que poblaron los pueblos y fueron nuestros abuelos.
Me acuerdo ser archipiélago
Me acuerdo ser costa
Me acuerdo ser acantilado
Me acuerdo ser golfo
Me acuerdo ser delta
Me acuerdo ser cueva
Me acuerdo ser colina baja
Me acuerdo ser meseta, cañón y volcán.
Ne acuerdo ser montaña.
Me acuerdo ser península.
Ne acuerdos ser isla.
Me acuerdo, sobre todo, ser archipiélago
Me acuerdo, sobre todo, ser selva
Me acuerdo ser llanura, pradera y valle.
Me acuerdo ser cerro.
Me acuerdo ser bosque.
Me acuerdo, sobre todo, ser manglar.
Me acuerdo, sobre todo, ser bahía.
Me acuerdo pisar el suelo muy lentamente y saber que esta tierra ya pertenecía a otro mundo.
Me acuerdo de la frase “revolución mexicana” escrita en el pizarrón de mi salón en cuarto año de primaria.
Me acuerdo haber recortado cuidadosamente las caras de Carranza, Zapata y Madero en la monografía de la Constitución de 1917.
Me acuerdo del miedo que me daba ver la cara tan oscura de Emiliano Zapata.
Me acuerdo que hace tres años supe que su segundo apellido era Salazar.
Me acuerdo de una pregunta que duro escrita varios meses en una pizarra en mi casa: “¿Es posible hablar de resistencia?”
Me acuerdo de haber soñado una conversación muy importante y al despertar intenté escribirla, pero sólo pude recordar la frase “sobrellevar la oscuridad”.
Me acuerdo que el mismo año que sucedió la toma de Zacatecas, nació mi abuelo en un rancho de ese mismo Estado.
Me acuerdo que durante la preparatoria deseaba haber nacido también en ese mismo año, pero en el pueblo de Parral, Chihuahua.
Me acuerdo el miedo que le tenía a mi abuelo.
Me acuerdo la fuerza que tenían sus manos.
Me acuerdo de sus pantalones favoritos.
Me acuerdo de sus zapatos de anciano.
Me acuerdo de sus lentes opacos.
Me acuerdo de sus arrugas interminables escondiendo sus ojos.
Me acuerdo querer ser campo.
Me acuerdo querer ser una canción de campo.
Me acuerdo querer ser la voz de un hombre de campo que le grita a lo lejos a su hija que ya va a llover.
Me acuerdo desear ser un montón de tierra.
Me acuerdo desear ver la vida desde donde la tierra lo mira todo.
Me acuerdo desear ser enterrada viva.
Me acuerdo querer ser un campo excavado.
Me acuerdo desear ser una gran porción de territorio.
Me acuerdo querer ser un rancho en medio de la sierra.
Me acuerdo desear ser un pueblo abandona por la civilización.
Me acuerdo querer ser un pueblo rascuache.
Me acuerdo desear ser un camino.
Me acuerdo desear ser tierra sin dueño.
Me acuerdo que en la preparatoria asistí a un casting para representar a Zapata en la obra “La Revolución Mexicana”.
Me acuerdo las risas que produjo entre los maestros al sugerir que podía vestirme de hombre para interpretar ese papel.
Me acuerdo que hace meses en una conversación de sobremesa con mi mamá me enteré que mi abuelo había sido hombre de campo, y posiblemente era de una familia indígena que huyó a la sierra.
Me acuerdo sentir que estaba frente a una confesión muy importante, guardada durante más de 40 años por mi madre.
Me acuerdo de una fotografía en blanco y negro que encontré hace unos años en un álbum donde una familia indígena está sentada en la tierra de un campo árido mirando a la cámara.
Me acuerdo sentir que esa mirada me miraba fijamente.
Me acuerdo de cuando pensé en titular esta obra “Las manos de mi madre son un campo olvidado”
Me acuerdo de la obra de danza que hizo Guillermo Arriaga en 1953 titulada “Zapata” en la que él representó en su condición de blanco y artista a la figura del guerrillero Emiliano Zapata.
Me acuerdo que pensé en hacer el mismo ejercicio de representación y hacer una obra que llamaría “Ramona” en la que yo desde mi condición de mujer de ciudad y artista interpretaría a la Comandanta Ramona, líder indígena y comandante del Ejercito Zapatista.
Me acuerdo de la escena que escribí para una obra llamada “nación”, pero que al final no ocurre, en la que los tres bailarines se pintan la cara con maquillaje profesional de color oscuro mientras se escucha “La Internacional”.
Me acuerdo del grito de la comandanta Ramona en el zócalo del pueblo “Somos indígenas y somos mexicanas” para terminar su discurso con: “Les da miedo nuestra rebeldía”.
Me acuerdo a la comandanta Esther decir “Piensan que no valemos, que no sabemos pensar, ni cómo vivir nuestra vida. Piensan que no somos seres humanos”
Me acuerdo sentir rabia por ser una cruza.
Me acuerdo de cómo algunos compañeros del Colegio con rasgos indígenas o morochos, se blanquearon siendo adultos.
Me acuerdo del pueblo donde mi mamá creció y lo salvaje que me ha parecido su infancia frente a la mía.
Me acuerdo de la mirada de desprecio de mi padre a un hombre con rasgos indígenas.
Me acuerdo de mis aires de superioridad al enterarme de niña lo que implicaba ser una “güerita”.
Me acuerdo usar esto para ponerme por encima de cualquier niño menos blanquito que yo.
Me acuerdo estar siempre en los grupos de blancos que sólo se miran entre ellos.
Me acuerdo de la mirada de desprecio que he hecho durante casi toda mi vida a los indígenas.
Me acuerdo de mi terror en la adolescencia de acercarme a ellos por temor a ser contagiada por algo incurable.
Me acuerdo que la primera vez que vi a personas indígenas en un pueblo al sur de México, no los podía dejar de ver; estaba completamente embobada.
Me acuerdo de lo incomodo que era esa mirada para todos, menos para mí.
Me acuerdo que a los 35 años seduje descaradamente a un hombre indígena con la intención de ser penetrada por él, para quedar embarazada y tener un hijo de sangre indígena.
Me acuerdo viajar a la escuela rural San Roque buscando archivos de la revolución mexicana y encontrarme con varios documentos sobre la Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México. Me acuerdo quedarme a dormir dos días más para encontrarme con varios exestudiantes de la escuela rural. Me acuerdo que uno de ellos antes de irme me paró en una esquina y sin decirme nada me entregó una carpeta con fotocopias del libro “Una historia oral de la infamia”.
Me acuerdo de Lucio Cabañas de Ayotzinapa
Me acuerdo de los tres estudiantes de Ayotzinapa
Me acuerdo de la Brigada Campesina de Ajusticiamiento.
Me acuerdo de la frase “quien ve una injusticia y no la combate, la comete.”
Me acuerdo de la frase “Somos estudiantes, no tenemos armas”
Me acuerdo de otra frase “Somos indígenas y somos mexicanas”
Me acuerdo también de otra: “Les da miedo nuestra rebeldía”.
Me acuerdo de la frase: “Ya no queremos regresar a los cuerpos de antes. Queremos ser nuestros cuerpos.”
Me acuerdo sobre todo “El hombre es de la Tierra, la mujer es de la Tierra. Convive con ello”
Me acuerdo, sobre todo: “La sexualidad es como las lenguas, todos podemos aprender una”
Me acuerdo, sobre todo: “Yo soy la nación”
Me acuerdo no querer ser convertida en una Adelita.
Me acuerdo no querer ser convertido en un Héroe o en una lucha.
Me acuerdo no querer ser convertido en sumisión.
Me acuerdo no querer ser convertida en miseria y en rezagado.
Me acuerdo no querer ser convertida en blanca o en morena.
Me acuerdo no querer ser convertida en una representación oficial.
Me acuerdo no querer ser un discurso oficial y en una Constitución.
Me acuerdo no querer ser un gobierno por encima de una gobernanza.
Me acuerdo no querer ser modernidad y blanquearlo todo.
Me acuerdo no querer ser convertida en persona de ciudad.
Me acuerdo no querer ser convertido en persona de campo.
Me acuerdo no querer que nadie hable por mí o decida representarme.
Me acuerdo del límite entre la piel y la tierra.
Me acuerdo de la superficie.
Me acuerdo del vínculo.
Me acuerdo de las lenguas.
Me acuerdo de los modismos al hablar.
Me acuerdo de la cruzada por la alfabetización nacional, el tatarabuelo de la colonización.
Me acuerdo pensar una noche en las repercusiones psíquicas del sometimiento.
Me acuerdo preguntarme en terapia porque exotizaba y rechazaba tanto a los indígenas.
Me acuerdo de trabajar muchos años en terapia el no sentir culpa por no sentir un vínculo de hija con mi madre biológica.
Me acuerdo de la frase “Nosotras las madres no podemos festejar nada” en una camiseta color verde que una señora traía en la calle un 10 de mayo.
Me acuerdo de la vergüenza que siempre me ha dado mi madre por ser una mujer nacida en el campo.
Me acuerdo de verla por encima, con los ojos de una niña obligada a ser educada, culta y de ciudad. Una niña güerita. Una niña con privilegios.
Me acuerdo sentirme cosa blanca.
Cosa privilegiada.
Cosa con más derecho.
Cosa con libre acceso.
Cosa que no paraban en los aeropuertos.
Cosa por encima de las cosas morenas.
Cosa por encima de las cosas indígenas.
Cosa fuera del campo.
Me acuerdo de la elegancia, el refinamiento y la grandeza de la civilización construida.
Me acuerdo ver cómo un grupo de turistas fueron tragados por el bosque.
Me acuerdo cuando era yegua.
Me acuerdo soñar con ser montada por un indio y escapar a todo galope.
Me acuerdo soñar ser violada por Zapata mientras me repetía una y otra vez “es bueno para ti tener un hijo de un campesino”
Me acuerdo cuando era rifle después de una descarga.
Me acuerdo ser terrible ferocidad.
Me acuerdo cuando era enaguas llenas de semen.
Me acuerdo cuando era poblado jodido.
Me acuerdo cuando era mierda tragada por perros.
Me acuerdo soñar ser las fauces de lo salvaje.
Me acuerdo en la secundaria a un maestro decir “esa mujer es una salvaje”
Me acuerdo en la preparatoria no afeitarme las piernas ni las axilas y sentirme una salvaje.
Me acuerdo cuando ser una salvaje representaba ir más allá de la moralidad, de los límites y normas que todos sabíamos no se podían romper.
Me acuerdo cuando ser una salvaje era sinónimo de ser aventada, ser atrevida, ser audaz, ser invasiva.
Me acuerdo, sobre todo, ser una salvaje era sinónimo de no tener educación, no tener modales, no ser buena persona, no hacer lo correcto, no quedar bien.
Me acuerdo de la frase que escribí en un cuaderno de notas cuando era estudiante “Ya no queremos regresar a los cuerpos de antes. Queremos ser nuestros cuerpos.”
Me acuerdo de saber qué significaba la palabra nación a los 10 años.
Me acuerdo la caminata de 37 días donde indígenas mujeres y hombres caminaron desde las montañas de Chiapas al zócalo de la ciudad de México y, posteriormente, al Congreso de la Unión.
Me acuerdo comparar esos seis mil kilómetros caminados con los kilómetros caminados en mis 41 años de vida.
Me acuerdo una y otra vez de la frase “Yo soy la nación”.
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